Qué pasa cuándo Dios dice «No»

A raíz de varias pláticas con mamitas que han perdido un hijo, una de ellas me sugirió escribir sobre este tema.

De todos los duelos que podemos vivir, la muerte de un hijo es la que no tiene nombre. Nos llamamos huérfanos cuando perdemos un padre o madre, viudos cuando perdemos un cónyuge. Pero el dolor de ver morir un hijo o hija es antinatural y no hay palabras que lo definan.

La lógica del camino de nuestro recorrido por la tierra es que los padres morimos antes que nuestros hijos, ellos deberían enterrarnos ya al final de nuestros días. Pero a veces no es así.

La muerte es algo inevitable y parte de la vida. Ciertamente es la parte más certera, pero lastimosamente no siempre nos preparamos para su llegada.

Todos los duelos son diferentes, no solo porque nos toca enfrentarlo en un contexto específico, dependiendo del momento que estemos viviendo. No será lo mismo si vemos morir a un abuelo, cuando somos niños o adolescentes o verlo irse cuando ya somos adultos y tenemos tal vez nuestra propia familia.

También será diferente el impacto de esa pérdida, dependiendo de nuestra cercanía y relación con el difunto.

Aunque recemos y pongamos todo el dinero, los mejores hospitales y médicos al servicio de preservar esa vida, cada uno tiene un tiempo para impactar en este mundo. Más impotente aún es cuando la ausencia es consecuencia de un accidente, suicidio o sucesos inesperados y/o violentos.

Esto es difícil de comprender en el momento de un desenlace que no nos gusta y nos aleja de alguien querido. Pero en Dios encontramos la paz que necesita nuestro corazón en esas circunstancias. Se lee fácil, pero vivirlo es un reto que no termina nunca. Lleva tiempo y es un proceso personal, y al mismo tiempo familiar y comunitario.

Dios dispone de la vida de cada uno, para un propósito que va más allá del entendimiento humano y limitado. Por eso, cuando él parece decir NO a las oraciones o deseos nuestro corazón, es realmente una oportunidad de redescubrir su voluntad para nuestra vida.

En la familia, hemos visto llegar a la muerte varias veces, ciertamente la más dolorosa fue cuando se llevó a nuestro querido Gabriel, de un mes de edad, en el 2014. Luego de eso nuestra vida cambió mucho. No es algo que se supere, más bien se aprende a vivir con ese vacío, ausencias, silencios. Pero se puede volver a sonreír y a disfrutar de todo lo bueno que tenemos.

Llorar porque ya no están es parte del proceso de sanación y es inevitable, pero también, al ver el cielo tengamos la certeza que ese abuelo, hijo, hermano, amigo, padre que ya no podemos abrazar, está unido a nuestro corazón por una fuerza que no se ve, pero que es mayor que la misma muerte.

Hoy celebremos el día de los difuntos o día de los muertos. Es un día para estar alegres por la vida de quienes ya no están físicamente y también un día para recordarlos con amor y esperanza.

 

 

 

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